María Bayo Jiménez
Nació en Fitero (Navarra) en 1958.
Inició sus
estudios musicales en el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona, y los
completó en la Escuela Superior de Música de Detmold (Alemania) becada por el
gobierno de Navarra.
La cantante Teresa
Berganza le brindó en numerosas ocasiones durante aquella época sus valiosos
consejos tanto en el plano artístico como en el meramente profesional. De
Berganza ha dicho María Bayo que le debe la confianza que depositó en ella y el
hecho de que siempre hablara bien de su canto y de su voz.
Completada su
formación, sus grandes cualidades vocales y su excepcional presencia en el
escenario le valieron de inmediato el favor de la crítica, que no tardó en
considerarla la nueva «joven promesa» del panorama vocal. En esos años de
presentación en la sociedad musical ya vio recompensados sus esfuerzos con los
premios de la Villa de Logroño, Julián Gayarre (Pamplona), Francesc Viñas
(Barcelona) y Maria Callas
(Italia).
Sin embargo, no fue
hasta 1988, año en que obtuvo el primer premio en el Gran Concurso Internacional
Belvedere en Viena (con diez menciones especiales más), cuando emprendió
realmente su carrera internacional.
María Bayo debutó en
la esfera internacional con Lucia di Lammermoor y La
sonnambula en Saint Gallen y Lucerna, cosechando sus primeros éxitos,
a los que siguió su primera interpretación de Susanna, de Las bodas de
Fígaro, en Madrid, papel que le proporcionaría a lo largo de su
carrera numerosos éxitos y el aplauso incondicional de público y crítica. Así,
en la rentrée lírica parisiense de 1991 la prensa francesa proclamó a la soprano
«gran revelación de la temporada» por esta interpretación.
Comenzó entonces una
época en la que algunos de los más importantes escenarios internacionales
gozaron del talento artístico de la cantante: la Staatsoper de Hamburgo, el
Théâtre de la Monnaie de Bruselas, el Covent Garden de Londres, el Teatro Colón
de Buenos Aires, la Deutsche Staatsoper Unter Den Linden de Berlín, la
Metropolitan Opera House de Nueva York... Pero probablemente el teatro que la
consagró fue la Scala de Milán, donde debutó en 1991 como Musetta en La
bohème, de Giacomo Puccini.
Ese mismo año
recibió en Alemania el Premio de la Crítica por su grabación discográfica Arie antiche, arias antiguas del barroco italiano, hecho que
muestra el gusto de la Bayo por la lírica antigua y la sensibilidad por los
instrumentos de época. A mediados de los años noventa, María Bayo había dejado
de ser una «joven promesa» para convertirse en toda una realidad, apoyada por un
aluvión de excelentes críticas y una discografía sólida, bien seleccionada, sin
salidas de estilo y sin concesiones a la comercialidad.
En 1998 debutó en el
Festival de Salzburgo, en el marco del Festival de Pascua, con La
Calisto, de Francesco Cavalli. En el Festival de Verano de aquel mismo
año volvió a Las bodas de Fígaro de Mozart, pero ahora para
interpretar a Cherubino, papel que en producciones anteriores habían llevado a
cabo mezzosopranos y que Bayo aceptó, segura de sus posibilidades y amante de
los retos, tras la propuesta que le hizo el propio director del festival, Gerard
Mortier. Tras estudiar las posibilidades, partitura en mano, decidió que no era
una idea descabellada, ya que la tesitura del personaje era abordable por una
soprano con un registro central sólido.
Bayo volvió a
Salzburgo en 1999, de la mano del polémico director Lorin Maazel. Con su
intepretación de Zerlina, del Don Giovanni de Mozart, cosechó
uno de los éxitos más importantes de su carrera.
María Bayo ha sido
dirigida por los más grandes directores internacionales (Sinopoli, Chailly,
Colin Davis, Maazel, Scimone, Bychkov, Plasson, Albrecht...) y españoles
(Frühbeck de Burgos, Víctor Pablo Pérez, Ros Marbà...), así como por
especialistas en instrumentos originales (Jacobs, Rousset...), y ha actuado en
las salas de conciertos más prestigiosas de París, Bruselas, Amsterdam, Londres,
Nueva York o Dresde, tanto en recitales como en conciertos sinfónicos y en obras
como Los cuatro últimos lieder de Richard Strauss, la Segunda
sinfonía de Mahler, la Novena sinfonía de
Beethoven, el Stabat Mater de Rossini, el Réquiem de Verdi, etc.
Habitual partenaire
de Alfredo Kraus y Plácido Domingo, participó con ambos en conciertos y
grabaciones al servicio de la música española, valiéndole este hecho el título
de una de sus «más prestigiosas embajadoras», como lo demuestra su amplia
discografía, que incluye, entre otras, la primera grabación completa de Atlántida de Manuel de Falla, Bohemios y Doña Francisquita de Amadeo Vives, La verbena de la
Paloma, de Tomás Bretón, El barberillo de Lavapiés,
de Francisco Barbieri, Marina, de Emilio Arrieta, Goyescas, de Enrique Granados, y La tabernera del
puerto, de Pablo Sorozábal, así como varios volúmenes de canciones
españolas.
En octubre de 1999,
con motivo de la reapertura del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, abordó el
papel de Liù en Turandot de Puccini. Bayo definió esta velada
como una de las más emotivas de su carrera debido al aplauso del público, más
entusiasta y acalorado que el que brindaron a los roles protagonistas. A Liù le
siguió otra inolvidable heroína pucciniana: Mimí, de La
bohème, que interpretó en la War Memorial Opera House de San
Francisco.
En 2000 María Bayo
ofreció numerosos recitales en Francia y España, acompañada por la orquesta
Capriccio Stravagante, bajo la dirección de Skip Sempé, con un programa
íntegramente dedicado a Georg Friedrich Händel que fue objeto de una grabación
muy elogiada. Entre estos conciertos destacó el que ofreció en el Teatro Gayarre
de Navarra; esta actuación fue su personal aportación a los actos del Nafarroa
Oinez 2000.
Ilusionada por el
hecho de iniciar su nueva andadura en su tierra natal, Bayo bajó su caché
habitual para la ocasión. También actuó con el pianista estadounidense Brian
Zeger, con un programa de melodías y lieder, y, entre otros papeles, encarnó a
la Despina de Così fan tutte en Salzburgo, bajo la dirección
de Claudio Abbado.
No obstante, ese mismo año aconteció uno de los episodios más tristes
en la carrera profesional de María Bayo, pues su debut en el Teatro Real, que
debía producirse en la Gala Homenaje a Alfredo Kraus, quedó frustrado por una
indisposición de la cantante, que fue criticada por los responsables del
escenario madrileño.
El año 2002 fue el de su consolidación en Estados Unidos, gracias sobre
todo a Las bodas de Fígaro, en Los Ángeles, y Carmen, en San Francisco: la siempre severa crítica
estadounidense fue unánime al proclamar a María Bayo la única personalidad que
«brilló con verdadera luz propia» de entre todo el reparto que formaba parte de
la producción de esta obra maestra de Georges Bizet, en la que interpretó el rol
de Micaela, que acaparó desde el primer momento toda la atención a pesar de no
tratarse del papel principal, gracias a su gran calidad vocal e
interpretativa.
Otro evento que demostró la versatilidad de la soprano y su gusto por
la música anterior al clasicismo fue su actuación en el Festival de Perelada
2002 con un concierto de una selección de Rossini acompañada por la orquesta
barroca Concerto Italiano, dirigida por Rinaldo Alessandrini.
Por esas fechas,
Navarra quiso rendir homenaje a una de sus mayores embajadoras concediéndole el
Premio Príncipe de Viana de la Cultura, el más prestigioso galardón otorgado por
la Comunidad Foral. El solemne acto se celebró el 1 de julio en el monasterio de
San Salvador de Leyre, donde la soprano recibió el galardón de manos del
príncipe de Asturias.
En octubre de 2002 la soprano debutó por fin en el Teatro Real de
Madrid. Interpretó en esa ocasión el rol de Manon, de la ópera homónima de Jules
Massenet, del cual dijo la cantante: «Es un papel complejo, con muchos matices,
una variada paleta con todos los colores. Es muy largo, alterna momentos alegres
con otros muy traumáticos y se necesita una extensión vocal muy completa. Yo lo
comparo en dificultad con la Violeta de La Traviata.
En cuanto a sus
grabaciones, entre las más recientes, registradas básicamente para el sello
francés Auvidis Valois, cabe destacar Arias-Exsultate
Jubilate, de Mozart, unánimemente reconocido y elogiado; una
excepcional versión de los Cantos de la Auvernia-Cantos del País
Vasco, de Joseph Canteloube, y Arias de ópera y
cantatas, de Händel, un disco calurosamente recibido por la crítica y
por el que la soprano fue nominada al premio Grammy a la mejor cantante clásica
en 2001. También grabó Antígona, de Tomasso Traetta, bajo la
dirección de Christophe Rousset, para el sello
Decca.
Dotada de una voz
muy personal, expresiva y poderosa, así como de unas notables dotes teatrales,
María Bayo ha merecido el reconocimiento unánime de la crítica internacional.
Una de las mejores intérpretes mozartianas del mundo, se la considera heredera y
seguidora de la estela de grandes divas españolas, como Montserrat Caballé,
Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza o Pilar
Lorengar.
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